Para analizar el momento actual debemos considerar dos cuestiones fundamentales: primero, la condición de explotación y opresión creciente que viven las masas populares por parte de la gran burguesía y su gobierno y, segundo, la opresión por parte del imperialismo (principalmente yanqui en nuestro caso) de los países y naciones atrasados (semifeudales y semicoloniales). Ambos aspectos conforman la base de la situación objetiva revolucionaria. Son estas condiciones, que deben soportar el proletariado y las masas populares, los fermentos básicos para la rebelión. Es la forma como se especifíca la lucha de clases.

Pero, estas condiciones por sí solas no generan una situación revolucionaria. Es necesario que los de arriba no puedan seguir gobernando como antes y los de abajo no quieran ser gobernados como hasta ahora.

En este sentido, la lucha de los trabajadores subcontratistas de CODELCO en enero; las luchas de los sin casa o los deudores habitacionales y la lucha de los estudiantes secundarios en mayo, nos permiten extraer valiosas lecciones tanto para comprender el momento político nacional actual así como la lucha de clases internacional.

Los planes imperialistas yanquis implementados a través de los organismos internacionales que controlan, tales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), han quedado plasmados en un conjunto de medidas programáticas, redactadas durante los ochenta, que se conocen con el nombre de Consenso de Washington. Estos planes y medidas inicialmente se plantearon como una salida a la crisis de la deuda externa vivida en dicha década por los países y naciones oprimidos por el imperialismo. Pero este reaccionario y antipopular programa llegó para quedarse y hacer más exigencias. Por ejemplo, la flexibilidad laboral que se observa en la subcontratación es parte de esas medidas claramente anti-proletarias; también lo son las exigencias sobre que la educación, la salud, la vivienda, etc. fueran apenas subsidiadas por el Estado para no caer en un ‘excesivo’ gasto social.

Muchos no saben que este conjunto de medidas programáticas ya se habían aplicado en Chile desde prácticamente el mismo 11 de septiembre de 1973 bajo un contexto de represión fascista y reestructuración del Estado. Más tarde, se corrigieron y ajustaron luego de la crisis de los ochenta, para continuar siendo profundizadas a partir del 11 de marzo de 1990 bajo los sucesivos gobiernos de la Concertación hasta el día de hoy.

La Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE) fue promulgada el 10 de marzo de 1990, un día antes que asumiera Patricio Aylwin, primer presidente de la Concertación (y Demócrata Cristiano al igual que el ministro de educación actual). La LOCE, en lo fundamental, proseguía las Bases de la política económica del gobierno militar chileno (“El Ladrillo” como se le conoce coloquialmente) que fueran redactadas por el Chicago Boys Sergio de Castro (ministro de Pinochet) poco antes del 11 de septiembre de 1973. El Ladrillo plantea lo siguiente:

El Estado, a través del Ministerio de Educación, sólo tendría a su cargo la formulación de la política general, el control de los requisitos mínimos de promoción y currículum y la obligación de financiar el costo mínimo de cada uno que se estuviere educando; para ello traspasaría a las Municipalidades los fondos respectivos para que estos centros comunales los administraran. El Estado podría otorgar subsidios especiales a determinadas regiones o centros específicos que por su naturaleza necesitaren de ello para un servicio adecuado.

Respecto al tema laboral planteaba reducir el alto costo de la mano de obra y eliminar la inamovilidad del trabajador, es decir, flexibilidad laboral. Este fue el plan que se aplicó junto a otras medidas. Una de ellas consistía en abrir la economía de par en par a la inversión extranjera. El golpe de Estado en Chile, formaba parte de las tareas políticas para facilitar la acumulación de capital mediante la depredación, el saqueo y la explotación despiadada por parte de las potencias y superpotencias imperialistas y de la burguesía monopólica chilena, de los recursos naturales y de la fuerza de trabajo del país. Todo el paquete programático de los Chicago Boys estaba en consonancia con la crisis del imperialismo a nivel internacional.

Desde este punto de vista las luchas de las masas obreras y estudiantiles han dejado en evidencia no sólo el carácter pro-imperialista del gobierno de Bachelet sino que también nos muestra palmariamente la concreción de la contradicción principal del mundo contemporáneo: la contradicción entre imperialismo y naciones y pueblos oprimidos.

Las movilizaciones de los secundarios, de los mapuche, del proletariado minero (subcontratados), los obreros, los deudores habitacionales, los sin casa, los universitarios, señalan claramente que “los de abajo” no quieren seguir viviendo como han vivido hasta ahora. También nos llevan a pensar si efectivamente hay ‘libertad’ para manifestarse en ‘democracia’. Carabineros y neonazis, como perros guardianes acechan los colegios movilizados. Pero detrás de ellos, por acción u omisión, están el gobierno y la Concertación que ya no pueden seguir gobernando como antes.

Estamos saliendo de una situación revolucionaria estacionaria y estamos entrando en una en desarrollo. Son significativas para esto, las condiciones subjetivas. En éstas últimas les cabe un papel irremplazable a los revolucionarios.

El imperialismo no actúa siempre de manera directa sobre los países y naciones que oprime, por lo general desarrolla sus planes a través de una clase dominante local obsecuente y obediente con ellos (más allá de cualquier demagogia burguesa nacionalista). Frente a las actuales movilizaciones los revolucionarios tenemos una oportunidad significativa para denunciar el carácter pro-imperialista del gobierno de Bachelet. Es necesario que el velado contenido anti-imperialista que expresan las demandas y las luchas de los estudiantes secundarios se transformen en un movimiento de masas anti-imperialista franco y consciente. Un movimiento que despierte al conjunto del pueblo. Un movimiento que bajo la bandera proletaria impulse a dar un nuevo salto a la lucha popular y que en su desarrollo, desborde la legalidad e inicie la guerra popular por la conquista del poder para el pueblo.

Pero esto último no será posible sin antes, primero, fundar un partido firmemente sustentado en la ideología del proletariado, el marxismo-leninismo-maoísmo; segundo, un frente del pueblo, que agrupe a todas las clases revolucionarias de la sociedad; y tercero, el ejército guerrillero popular, instrumento básico para la defensa contra nuestros enemigos y alcanzar la victoria. Es por ello que hoy es necesario explicar mediante un paciente trabajo de agitación y propaganda la necesidad de despertar en el movimiento por gratuidad del pasaje y la PSU y contra la LOCE el sentimiento anti-imperialista que ya anida en estas demandas y que con fuerza viene expresándose abiertamente en cientos de estudiantes.

¡Contra el gobierno reaccionario de Bachelet profundizar la protesta estudiantil y popular!
¡Por un movimiento estudiantil revolucionario, popular y anti-imperialista!

  U. R. C. (M - L - M)