A 90 años de su triunfo:
¡Aprender de la Revolución Rusa!
(Parte I)

Hace 90 años el proletariado y las masas oprimidas de Rusia conquistaron el poder y establecieron por primera vez la dictadura del proletariado, dirigidas por el Partido bolchevique, sobre la base de la alianza obrero-campesina. Este es un hecho de gran trascendencia y significado; su más importante lección: conquistar el poder revolucionariamente.

 

Este año los comunistas y revolucionarios de todo el mundo celebramos el triunfo de la revolución rusa. En todas partes donde hay obreros revolucionarios, se estudia, se comenta, se explica y propagan sus grandes enseñanzas.

Ahí donde hay comunistas, obreros revolucionarios, intelectuales avanzados, siempre es posible encontrar propagandistas que difundan esta cumbre que alcanzó el proletariado internacional.

En Chile Luis Emilio Recabarren, destacado dirigente obrero y fundador del entonces Partido Obrero Socialista, suscribía en marzo de 1918: “Un ardiente e impetuoso soplo revolucionario parece cruzar triunfante por el planeta. Ha comenzado en Rusia y se extiende hacia todos los rincones del mundo. Su móvil: la instauración del socialismo. Con la mirada elevada en tan alto ideal queremos ser en esta sección de América, los agentes eficientes, activos, de esta hondísima transformación revolucionaria.” La influencia de la revolución rusa llegaba a todas partes del planeta, en esto tenía mucha razón este prócer de la causa proletaria chilena.

Así lo reconocieron también los propios revolucionarios chinos. En 1949, habiendo pasado por distintas etapas de una prolongada guerra del pueblo contra sus principales enemigos, la revolución china se acercaba a su triunfo en todo el país. Con esta situación en curso, el presidente Mao hacía un balance de la rica experiencia acumulada en tantos años de lucha, formulaba los fundamentos del nuevo poder revolucionario que se establecía en todas partes del extenso territorio de ese gran país y valoraba el significado que tuvo para China la revolución rusa: “Fue a través de los rusos que los chinos encontraron el marxismo. Antes de la Revolución de Octubre, los chinos no sólo desconocían a Lenin y Stalin, sino que ni siquiera conocían a Marx y Engels. Las salvas de los cañones de la Revolución de Octubre nos trajeron el marxismo-leninismo. La Revolución de Octubre ayudó a los hombres avanzados de China, así como a los de la tierra entera, a adoptar la concepción proletaria del mundo como instrumento para estudiar el destino de su país y para reconsiderar sus propios problemas. Seguir el camino de los rusos: tal fue la conclusión.” (En Sobre la dictadura democrático popular, 1949)

Por su parte, las clases reaccionarias mundiales se aterraban frente a ella y temían que los oprimidos de sus respectivos países aprendieran y aplicaran los métodos bolcheviques.

Por ejemplo, Arturo Alessandri Palma un “visionario” oligarca que llegó a la presidencia de Chile en 1920, expuso en su campaña electoral una crítica a los miembros de su propia clase: “...nunca sienten ni comprenden cuándo ha llegado el momento de ceder algo para mantener la paz y el orden; hay siempre espíritus obcecados que no comprenden que la evolución oportuna es el único remedio eficaz para evitar la revolución y el desplome”.

Los antecedentes de la revolución

La importancia mundial de la revolución de octubre de 1917 está estrechamente relacionada con una serie de acontecimientos de carácter internacional que agudizaron las contradicciones internas de la sociedad rusa y atizaron las llamas del fuego revolucionario. Entre estos hechos es de primerísima importancia la Primera Guerra Mundial imperialista (Ver recuadro).

Para llevar adelante esta guerra de rapiña, ayer como hoy, los respectivos gobiernos debieron engañar al proletariado y al pueblo, puestos éstos constituyen la “carne de cañón”. Se necesitan hombres y mujeres en las industrias para abastecer de armas modernas a los ejércitos; se necesitan soldados para llevarlos al degüelladero en nombre de la patria (¡patria burguesa por supuesto!). Obreros, campesinos pobres y trabajadores en general van a formar el grueso de los batallones de los ejércitos imperialistas.

El engaño puede llevarse a efecto con la activa participación de agentes en las propias filas del movimiento obrero, que ayudan a convencer a éste de prestar apoyo a la guerra. Estos agentes son los socialistas de palabra, los socialtraidores o socialchovinistas de cada país que incitan al proletariado a luchar en nombre de la patria pero a costa de aniquilar a la clase obrera del país enemigo. Los obreros no tienen patria, y en esta guerra burguesa no tenían nada que ganar.

En Rusia, la situación creada por la guerra agudizó una serie de contradicciones sociales que se arrastraban desde hace varias décadas. Estas contradicciones habían llevado al proletariado ruso pocos años antes, en 1905, a una lucha de clases sin cuartel contra el régimen zarista, el cual sólo logró salir victorioso al precio de grandes esfuerzos y del aplastamiento sanguinario de los destacamentos obreros.

Pero la lucha del proletariado no fue en balde. La autocracia zarista quedó herida de muerte y la clase obrera salió armada de una nueva experiencia, había cumplido su mayoría de edad y comenzaba a prepararse para los combates venideros.

El desarrollo del capitalismo en Rusia y las clases sociales

Pasa inicios del siglo XX Rusia se había constituido en un gran imperio colonial y territorial gracias al sometimiento de otros pueblos y naciones. En oleadas sucesivas entre los siglos XV y XIX, y bajo el reinado de distintos zares, se expandió anexando, conquistando e incorporando violentamente vastos territorios que configuraron la fisonomía del imperio ruso hacia el 1900. Desde el Océano Pacífico hasta el Mar Báltico; desde el polo norte hasta ocupar gran parte de Asia central dominaba el poder del Zar.

Importantes transformaciones económicas se produjeron a fines del siglo XIX. La introducción de la industria moderna, la construcción de miles de kilómetros de vías férreas, la explotación intensiva de los recursos mineros (petróleo, carbón, hierro, etc.) impactaron enormemente en una anquilosada sociedad feudal. El capitalismo se desarrollaba ya sea en las ciudades mediante el establecimiento de industrias textiles, o bien en el campo, con la penetración de las relaciones mercantiles y la producción para el mercado.

Con una población que bordeaba los 128 millones de habitantes, hacia principios del siglo XX, Rusia se caracterizaba por un desarrollo capitalista comparativamente atrasado respecto del resto de potencias europeas y de EEUU. Incluso, había sido derrotada militarmente por Japón en la guerra de 1904, considerando que este último era un país con una economía capitalista de desarrollo reciente.

Rusia era un país imperialista pero de escaso desarrollo, estaba muy endeudado con financistas internacionales y parte importante de las inversiones eran hechas por capitalistas extranjeros.

En su interior, aún subsistía una poderosa y reaccionaria clase feudal de grandes propietarios rurales (terratenientes) con el Zar (monarca) como su máximo representante. La mayoritaria de la población la componían cientos de millones de campesinos. Gran parte de ellos eran campesinos pobres, oprimidos y explotados de mil formas por los grandes terratenientes. También existía en el campo un creciente y numeroso proletariado rural (peones asalariados) que trabajaban para una emergente burguesía agraria de campesinos ricos.

La situación en las ciudades no era mejor; junto a una muy enriquecida burguesía existía un combativo proletariado industrial. Por un lado, la clase obrera moderna subsistía a condición de vender su fuerza de trabajo a la los dueños del gran capital; por su parte, el capitalista explotaba al trabajador para continuar enriqueciéndose a costa de la miseria de éste.

Tan vasto imperio, como el de Rusia, hubiese sido imposible de administrar y gobernar sin una red de agentes que constituían el núcleo del aparato burocrático-militar del régimen zarista. Celosas defensoras del orden reaccionario, habían otras capas sociales compuestas por funcionarios y empleados que engrosaban dicho aparato de Estado. Compartían también la tarea de asegurar el orden y el sometimiento otra tupida red dirigida por la jerarquía de la iglesia ortodoxa rusa, formada por miles de curas.

Eran parte de la sociedad rusa una serie de profesionales como médicos, abogados, profesores y también estudiantes e intelectuales. Gran parte de estos sectores estaban al servicio del zarismo o conformaban una oposición moderada al régimen. Una parte de ellos se había volcado a luchar por la libertad política y otra pequeña porción, además de impulsar dicha lucha, unía sus destinos a la clase de vanguardia: el proletariado.

Los grandes enemigos del proletariado revolucionario ruso

La revolución rusa pasó por varias etapas, en cada una de ellas la clase obrera y el pueblo tuvo que enfrentar a diversos y poderosos enemigos. Hasta la revolución de febrero-marzo de 1917 el principal enemigo de la clase obrera y del pueblo ruso lo constituía la odiada autocracia zarista. Este régimen representaba los intereses de los grandes terratenientes y de los grandes capitalistas rusos y extranjeros.

Para defenderse de las termitas revolucionarias, el zarismo había formado en la segunda mitad del siglo XIX un destacamento policiaco especial. Ya a fines del siglo XIX y principios del XX, esta policía política además de fogueada en la lucha contrasubversiva era un eficiente aparato de inteligencia.

Esta policía política, conocida como Ochrana, se había convertido en el implacable persecutor de los revolucionarios. Era un moderno y eficiente departamento dependiente del Ministerio del Interior ruso, estaba compuesto por profesionales de la persecución y un selecto cuerpo de analistas. Era lo que se entiende como policía científica; vigilar, establecer conexiones y vínculos, descubrir organizaciones, dar con las imprentas, bibliotecas, archivos y oficinas de falsificación de pasaportes, perseguir y encarcelar a los jefes revolucionarios, infiltrar las organizaciones políticas o “convertir” a algunos revolucionarios en agentes formaban parte de sus tareas. Nada de esto fue suficiente, sin embargo, para contener la ola revolucionaria que inundaba el Imperio de los zares.

La revolución de febrero-marzo

Si la revolución de 1905 fue un “ensayo” donde el proletariado revolucionario y el campesinado sublevado probaron sus armas pero sin lograr derrotar a su enemigo, la revolución de febrero-marzo de 1917, en cambio, fue la victoria sobre el zarismo y las fuerzas más rancias de la sociedad, un éxito parcial pero que permitió a las fuerzas progresistas y revolucionarias conquistar nuevas alturas. La participación proletaria en la revolución de febrero-marzo, empero, estuvo en parte subordinado políticamente al elemento burgués y liberal coligados a los partidos pequeñoburgueses de aquel entonces. Decimos “en parte” porque aún cuando fue una revolución democrático-burguesa de viejo tipo, a diferencia de las revoluciones anteriores, el proletariado revolucionario contaba con una vanguardia marxista, esta era el Partido bolchevique, un partido fogueado junto al pueblo en las luchas de 1905, preparado tanto para librarse de la constante persecución policial como para ligarse en todo momento a las masas. Los bolcheviques dirigían a un importante contingente de obreros de avanzada, ambos estuvieron en las primeras líneas de batallas a la hora de derrotar al zarismo, fueron en gran medida los organizadores prácticos de la revolución febrero. Pero fueron otros los que se quedaron transitoriamente con los frutos de la victoria.

¿Por qué no triunfaron inmediatamente los bolcheviques y los obreros avanzados? La respuesta a esto estará en la próxima entrega del Nueva Democracia n° 12.

 

 

El imperialismo y la Primera Guerra mundial

A fines del siglo XIX y principios del siglo XX las más importantes potencias mundiales (Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, Rusia, EEUU y Japón) habían alcanzado tal grado de desarrollo económico que hacia posible hablar de una nueva etapa del capitalismo. El librecambismo, que había llevado al capital industrial a la cima económica del mundo, comenzaba a atascarse. La libre concurrencia comenzaba a morir, ahogada por su propio desarrollo. La concentración de la producción y de la propiedad, la acumulación y centralización de los capitales, habían alcanzado un grado nunca antes visto. Los monopolios, un puñado de grandes empresas, acaparaban los mercados de sus respectivos países sometiendo o haciendo sucumbir junto a la libre concurrencia a miles de pequeños y medianos capitalistas.

A su vez los bancos, de simples intermediarios, se transforman en poderosos monopolios que concentran no sólo el dinero de los capitalistas, sino también la producción, las materias primas, etc. Los bancos, en sus espesas redes, van subordinando todo lo que huele a dinero. La gran industria se fusiona con el capital bancario dando vida al capital financiero.

Pero el capitalismo no se reduce a tales o cuales fronteras nacionales, necesita recorrer el mundo en busca de materias primas y mercados. Las viejas potencias defienden sus dominios coloniales frente a los nuevos países de economía avanzada que demandan un lugar más amplio para su propio desenvolvimiento económico.

La presión imperialista lleva a una lucha por un nuevo reparto del mundo. Las posesiones coloniales y la carrera por someter o competir por nuevas áreas de dominio agudizan las contradicciones entre las distintas potencias imperialistas. Las relaciones de dominación y la violencia terminan siendo una consecuencia lógica del desarrollo monopolista de la libre competencia. La política colonial se torna más agresiva, ya no sólo contra las colonias o países semicoloniales que comienzan a despertar y encender la llama de la lucha anti-colonial y anti-imperialista; entre las propias potencias imperialistas la rivalidad va cada vez más adquiriendo ribetes militares. África, Asia y Oceanía se transforman al mismo tiempo que en zonas en disputa interimperialista en amplias colonias.

El nuevo reparto imperialista va dividiendo el mundo entre países con colonias, por un lado, y colonias, por otro; potencias imperialistas en un extremo, y en el otro, países que desarrollan distinto grado de dependencia económica y política respecto de los primeros (como en Latinoamérica).

Junto al colonialismo clásico surge una nueva forma de colonialismo. Lenin identifica la existencia de países políticamente independientes, desde un punto de vista formal, pero en realidad dependientes económicamente, es decir “envueltos por las redes de la dependencia financiera y diplomática.” (El Imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916). Esta es hoy una cuestión de enorme actualidad para nosotros.

Las contradicciones entre naciones imperialistas condujeron inevitablemente a una guerra por un nuevo reparto del mundo. La Primera Guerra Mundial es una guerra imperialista.

Lenin, en 1914, sintetizó la cuestión de la siguiente manera: “Ha estallado la guerra europea, guerra que durante décadas prepararon los gobierno y partidos burgueses de todos los países. El aumento de los armamentos, la agudización extrema de la lucha por los mercados en la fase moderna, imperialista, de desarrollo del capitalismo en los países avanzados y los intereses dinásticos de las monarquías más atrasadas del oriente europeo debían conducir inevitablemente, y así ocurrió, a esta guerra. Anexarse tierras y sojuzgar a naciones extrañas, arruinar a la nación competidora, saquear sus riquezas, desviar la atención de las masas trabajadoras de las crisis políticas internas de Rusia, Alemania, Inglaterra y otros países, desunir a los obreros, seducirlos con el nacionalismo, exterminar su vanguardia con el fin de debilitar el movimiento revolucionario del proletariado: he ahí el único y verdadero contenido de la guerra actual, su significado y sentido.”