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EL REVISIONISMO
Peligro principal para la victoria
de la Revolución Democratica Chilena

El revisionismo, expresado hoy en Chile por diversos grupos y dirigentes políticos, tiene en la camarilla de los Teillier-Carmona a uno de sus máximos exponentes. El revisionismo es un peligro en el interior mismo del movimiento obrero y popular. Son falsos marxistas, que distorsionan los principios fundamentales planteados por Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao. Son una avanzada de la burguesía en el seno del movimiento obrero y constituyen por ello una verdadera amenaza para el desarrollo de la lucha revolucionaria de nuestro pueblo.
Estos individuos, que representan una fracción de la burguesía burocrática chilena, aspiran a utilizar al Estado burgués-terrateniente chileno como palanca económica para promoverse como clase. Para lograr imponer sus objetivos, los revisionistas, utilizan la organización, la movilización y la lucha de las masas. Alentando, conteniendo o desviando la justa protesta popular según sea el caso, hoy están empeñados en negociar y maniobrar políticamente en busca de un cupo electoral. Estos objetivos no tienen nada que ver con los intereses de la clase y el pueblo. El sistema electoral constituye uno de los principales mecanismos de dominación y legitimación del orden actual, las elecciones representan, en este sentido, un objetivo contra el cual se debe dirigir la lucha de las masas revolucionarias, no hacerlo implicaría hipotecar el futuro de la revolución de nueva democracia en nuestro país.

 

CONTENIDOS

- El nefasto papel del revisionismo en Chile
- La defensa del marxismo-leninismo contra el revisionismo contemporáneo en Chile
- El revisionismo chileno después del golpe fascista de 1973
- Algunas características del revisionismo (armado)
- Fin de la “sublevación nacional”
- El “viraje”: el revisionismo recupera la memoria
- El desarrollo del “viraje” en torno al XXIII Congreso: más del mismo, viejo y podrido
cretinismo parlamentario.

- Más sobre la línea militar burguesa del revisionismo
- Nuestras Tareas

 

El nefasto papel del revisionismo en Chile

El XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) en 1956 significó un paso importante para avanzar hacia la usurpación definitiva del poder del Estado soviético por la burguesía, encabezada en ese momento por la camarilla jrushovista. Esta última, la componían una serie de elementos desclasados, cuya base social –conformada por una capa diferenciada del proletariado–, le permitió a este sector derechista-oportunista dar un golpe para arrebatar el poder político al proletariado y pueblo soviético e imponer una serie de reformas políticas y económicas destinadas a restaurar el capitalismo en la URSS.

Hacia fines de la década de los ’50 y principios de los ’60, los revisionistas jruchovistas (o revisionistas contemporáneos como les decían los revolucionarios), triunfantes, establecían un régimen fascista para defenderse de y oprimir a las masas.

En Chile, se hicieron eco de este Congreso una parte importante de la dirección del viejo Partido Comunista de Chile (tal como se le conocía y se le conoce hoy en día). Esto se vio facilitado por la acción inveterada de una línea oportunista de derecha que predominó en el viejo Partido. Además de esto, habría que añadir dos cuestiones:

Primero, Luis Emilio Recabarren, obrero tipógrafo, fundador del Partido Obrero Socialista en 1912, nunca logró desembarazarse de una serie de lastres ideológicos heredados de su antigua militancia en el extinto Partido Democrático. A pesar de su actividad como organizador de la clase obrera chilena, su pensamiento permanecía y permaneció hasta su muerte preñado de influencias ajenas a la ideología científica de la clase; ideología que no llegó a conocer en profundidad y, por lo mismo, no podía aplicar del todo en la práctica. Sus concepciones se aproximaban más al socialismo utópico que al socialismo científico. Cuestiones éstas que no logró corregir aun habiendo visitado la república de los soviets. Su ilusión en el camino electoral, sus planteamientos acerca del agotamiento de la necesidad de utilizar la violencia como medio de transformación revolucionaria de la sociedad empañan sus esfuerzos por propagandizar entre la clase obrera y trabajadora las virtudes del socialismo y la necesidad de la conquista del poder por esta clase.

Segundo, tras la muerte de Recabarren las cosas no cambiaron. Incluso un representante del Komintern les señalaba en 1929, la “completa incomprensión de los principios bolcheviques de organización” y les advertía que por ese camino se dirigían derecho hacia la liquidación del partido como organización proletaria comunista.

El nuevo ascenso de las luchas de masas desplegadas a comienzos de la década de los treinta mostró la disposición combativa de las masas populares y de los militantes comunistas de base. Algunas manifestaciones radicalizadas de lucha de las masas se expresaron en intentos de resistencia armada contra el abuso y la explotación, tales como la sublevación de la escuadra en septiembre de 1931, la “pascua trágica” en Copiapó y Vallenar en diciembre de 1931 y el levantamiento campesino en Alto Biobío, Ranquil y Lonquimay en abril de 1934. Sin embargo, esto no se tradujo en una política revolucionaria tendiente a preparar e iniciar la lucha armada por la conquista del poder por y para la clase y el pueblo.

A partir del VII Congreso de la III Internacional en 1935 y el impulso de la política de frentes populares para la lucha contra el atropellador avance del fascismo a nivel mundial pudo haberse adoptado y aplicado en Chile una decidida línea de unidad de todas las fuerzas anti-fascistas, pero a condición de asegurar la dirección proletaria de dicho frente sobre la base de una firme alianza obrero-campesina.

La dirigencia del PC, sin embargo, optó por una interpretación oportunista, ajena a los principios marxista-leninistas (que consisten en hacer preparativos serios para la revolución), que le llevó a actuar y a poner al proletariado a la cola de la burguesía. Esta situación desembocó en un embotante cretinismo parlamentario y en la renuncia a desatar y dirigir con el proletariado revolucionario a la cabeza el levantamiento armado de las masas campesinas y mapuche. Al contrario, refrenando la lucha del campesinado pobre, negoció el derecho a la sindicalización campesina para lograr convencer al partido Radical de formar parte del Frente Popular y una vez logrado esto presionar la integración del Partido Socialista (socialfascista).

En abril de 1936 se firmó el acta de constitución del Frente Popular con los históricos opresores de las masas rurales –El Partido Radical–, sellando con ello un acto de conciliación y renuncia a la lucha de clases. Los radicales eran un partido compuesto por sectores de la burguesía, pequeña burguesía urbana y terratenientes del valle central.

El paso táctico constituyó una renuncia estratégica a impulsar la alianza obrero-campesina, base de un frente y de un futuro estado de dictadura democrático popular –forma específica de la dictadura proletaria en los países como los nuestros–. Por el contrario, seguir en los hechos esta estrategia reformista tuvo como consecuencia un alto costo para las masas.

Esta interpretación errónea y oportunista de la política de los frentes populares postergaron las tareas agrarias de la revolución democrático-popular chilena. Mientras, una correcta interpretación y aplicación de la política de frente establecida por la III Internacional, permitió en China no sólo una aplastante victoria sobre el imperialismo japonés en 1945, sino que sentó las bases para el posterior triunfo del Partido Comunista de China en 1949, a la cabeza de las masas populares, en la guerra revolucionaria contra el Kuomintang (partido nacionalista chino financiado por el imperialismo yanqui), los grandes terratenientes y la burguesía monopólica, los principales enemigos del pueblo chino.

A partir de 1938 el Partido Comunista de Chile apoya y colabora con los gobiernos radicales (pro-yanquis) hasta 1947. En ese año el presidente radical Gabriel González Videla, obedeciendo a las políticas anti-soviéticas del imperialismo yanqui, dicta una ley de “defensa” de la democracia (burguesa por supuesto) e proscribe al partido. Frente a esto, lejos de entrar en una fase de lucha más decidida, la camarilla revisionista del PC prosigue una política de contención de la lucha de clases en pos de recobrar su legalidad, la que finalmente recuperan a fines de la década del ’50 como premio a su “buena conducta”.

Cuando la dirección revisionista de Corvalán y Teitelboim asumen la política del renegado Jruschov, hacia 1956, lo hacen a tambor batiente. La vía pacífica al socialismo se transforma en su máxima, e incansables reproducen ‘a la chilena’ la línea revisionista jrushovista; pero como anticipáramos, lo hacen sobre una ‘rica’ experiencia acumulada en décadas de oportunismo derechista.

Esta ‘intachable’ actuación política de estos revisionistas, que enorgullecía a la gran burguesía criolla, y hacía suspirar a todos los oportunistas de América Latina y más allá, hacía políticamente de Chile la “Suiza” de esta parte del mundo, y pavoneándose se jactaban a coro sobre la supuesta e intachable ‘tradición democrática’ de Chile.

Sin embargo, un puñado de comunistas les salieron al paso, aguando en parte, la redondez de esta orgía demo-liberal y social-fascista. Los antirevisionistas chilenos se entregaron a la difusión de los documentos con los cuales el presidente Mao –a la cabeza del Partido Comunista Chino– cañoneaba las posiciones políticas e ideológicas de los revisionistas rusos y sus comparsas en los falsos partidos comunistas que habían enarbolado las posiciones de la dirección revisionista del PCUS, al igual que Corvalan-Teitelboim.

La defensa del marxismo-leninismo contra el revisionismo contemporáneo en Chile

Fue un puñado de revolucionarios comunistas, dirigidos por el interfecto David Benquis (camarada Velásquez), los encargados de propagandizar y defender la propuesta china del 14 de junio de 1963 acerca de la línea general para el movimiento comunista internacional apenas ésta fue conocida por ellos.

Intentando desenvolver la lucha de líneas al interior del PC de Chile, fundaron Espartaco Editores para publicar gran parte de los documentos de la Gran Polémica (a esas alturas la carta china o “carta de los 25 puntos” y sus nueve comentarios estaban prácticamente prohibidos para los militantes del partido). Inmediatamente después de haber sido expulsados por la camarilla revisionista, tras negarse a abandonar la justa tarea de propaganda que habían iniciado, el camarada Velásquez y un puñado más, formaron el Grupo Espartaco.

Posteriormente, junto a otros comunistas y nuevos militantes que se fueron incorporando en el curso de más de dos años de un restablecido trabajo revolucionario entre las masas, adoptaron la determinación de impulsar en 1966 la fundación del Partido Comunista Revolucionario (PCR). Fueron ellos los encargados de defender y reivindicar el marxismo-leninismo (hoy decimos marxismo-leninismo-maoísmo) en pleno auge del revisionismo contemporáneo y del cretinismo parlamentario de los acólitos chilenos.

Justamente durante los años de gobierno de la Unidad Popular el PCR y Benquis tuvieron el valor de atacar decididamente la tan cacareada vía pacífica, al mismo tiempo que advertir las funestas consecuencias que ésta acarrearía para la clase y el pueblo, junto con señalar el carácter de clase del gobierno de la Unidad Popular y su proyecto de capitalismo burocrático monopolista estatal que intentaba aplicar a nuestro país. Proyecto, por lo demás, subordinado al régimen establecido por el social-imperialismo soviético en la URSS.

Pero, lamentablemente esta intensa y necesaria labor teórico-práctica de denuncia y desenmascaramiento que desempeñaron ante las masas populares se vio interrumpida a principios de la década de los 80 con la liquidación del PCR. Además de otras razones que no es dable tratar aquí contribuyó notablemente a esta inexcusable capitulación, la prematura muerte en 1978 de quién era el alma de dicho partido: el camarada Velásquez.

El golpe fascista de septiembre de 1973, fulminó en pocas horas la vía pacífica y la práctica electoralista desarrolladas por décadas por el oportunismo. Las masas populares tuvieron que enfrentar en carne viva los devastadores resultados de la prédica de la vía pacífica al socialismo. Las ilusiones legalistas, electoralistas y pacifistas se desecharon; las esperanzas no. Éstas palpitan en cada una de las luchas que el proletariado y el pueblo han desarrollado hasta hoy.

El revisionismo chileno después del golpe fascista de 1973

La situación generada por el golpe militar no sólo –muy al pesar de los revisionistas– imposibilitó la utilización de la vía parlamentaria; sino que también, resolvió drásticamente la disputa interimperialista por el dominio y control del país. El ensayo de estrategia de vía pacífica del social-imperialismo soviético para penetrar en los países que pertenecían o se encontraban bajo la dominación e influencia directa del imperialismo yanqui tenía como necesario complemento la vía violenta para sojuzgar a quienes se atrevían a alterar el orden impuesto por ellos en la Europa del este, tal como aconteció con Checoslovaquia en 1968. Como se puede constatar, el revisionismo también actuaba armadamente si las condiciones así lo exigían. La violencia no le era ajena.

Por ello no es de extrañarse que los revisionistas chilenos, que buscaron desde la década de los ’60 una alianza política con el Partido Demócrata Cristiano (partido pro-yanqui, colaboracionista de la Junta Militar Fascista hasta 1977), una vez agotada toda posibilidad real de alcanzar la unidad con ellos y desechada la ilusión del rápido restablecimiento de las instituciones representativas de carácter demoburgués, comenzaran las discusiones y preparativos para utilizar la violencia política aguda.

Corresponderá a un estudio más profundo, sobre la base de la teoría militar del proletariado –la guerra popular– determinar si hubo, en su sentido estratégico, lucha armada en los ‘80. La utilización de armas, la instalación de artefactos explosivos, la organización de destacamentos armados, e incluso la creación de milicias, no equivale necesariamente a desarrollar lucha armada revolucionaria.

Fue el mismo Luis Corvalán quien, en 1977, al evaluar las causas del golpe y la falta de preparación para defender al gobierno de la UP, formuló en un informe al CC el problema del “vacío histórico” en la política del partido en relación a “la falta de una política militar”. Pero fue sólo en septiembre de 1980 cuando Corvalán llamó a la utilización de “todas las formas de lucha”. No cabe la menor duda que esta decisión contaba con el beneplácito del gobierno social-imperialista soviético.

Se ha tejido una suerte de leyenda en torno a la preparación y posterior inicio de la violencia política aguda utilizada por el revisionismo chileno. Confusas versiones sobre quiénes participaron, el apoyo internacional que recibieron (intermediado por el socialimperialismo soviético y sus países dependientes) o las características de los errores que se cometieron. Lo importante es indagar en primer lugar en torno a las raíces ideológicas del revisionismo chileno, y por qué el aura revolucionaria que tiene la utilización de la violencia política armada, puede encerrar peligros nuevos para la lucha revolucionaria del proletariado y pueblo chileno.

Algunas características del revisionismo (armado)

La ideología científica del proletariado (la ciencia de la revolución proletaria) es la síntesis teórica de la experiencia acumulada en la lucha de clase contra la burguesía y recoge también los aportes fundamentales de la lucha revolucionaria de las masas y pueblos oprimidos del mundo. La concepción proletaria, la ideología marxista-leninista-maoísta es distinta y opuesta a la ideología de la burguesía. Son dos concepciones ideológicas excluyentes e inconciliables. La ideología burguesa es la concepción del mundo de los opresores, y con esta concepción el proletariado no puede tener ninguna contemplación.

Desde este punto de vista, el revisionismo es la expresión más engañosa y sutil de la ideología burguesa. Parecen marxistas, por su fraseología; apelan formalmente a las masas e incluso en determinadas circunstancias políticas están dispuestos no sólo a tomar las armas, sino que también iniciar la lucha armada (aunque jamás para conquistar el poder para la clase y el pueblo y establecer la dictadura omnímoda del proletariado).

Los revisionistas pueden organizar a las masas, dirigir sus luchas, preparar su resistencia frente a algún enemigo común. Sin embargo, el revisionismo antepone siempre sus propios intereses por sobre los de las masas. Teme a las masas, teme a la politización revolucionaria de éstas, teme a que ellas eleven su nivel ideológico porque sabe que al ocurrir esto corren el riesgo de que su oportunismo quede en evidencia.

Lo paradójico es que el revisionismo necesita de las masas, el mismo partido revisionista está compuesto por masas, pero las necesita para cabalgar sobre ellas. Las utiliza para maniobrar y arrancar algunas conquistas políticas, como algún cupo senatorial o en la administración del Estado burgués. Una vez alcanzada su meta tiene que tirar las riendas, frenar el movimiento de masas, o en su defecto, desviarlo si ya no puede contenerlo.

No importa si los revisionistas se llamen marxistas o marxistas-leninistas e incluso marxistas-leninistas-maoístas, es en su práctica política (con armas o sin ellas) donde quedan en evidencia su ideología burguesa y sus verdaderos intereses de clase.

Cambian la filosofía marxista por filosofía burguesa, la dialéctica revolucionaria por el evolucionismo vulgar. Cambian la economía marxista por la economía burguesa, el socialismo científico por socialismo burgués, la dictadura proletaria por dictadura burguesa, el partido proletario por un partido obrero burgués; la guerra popular por la línea militar burguesa. Adulteran el marxismo, lo convierten en una doctrina aceptable para el sistema de dominación y viven eternamente señalando que la revolución y la dictadura del proletariado se alcanzarán en un futuro que nunca determinan; embaucan diciendo que una vez que las contradicciones de clases se agudicen, surjan en respuesta regímenes fascistas, y las masas no toleren esto, se desencadenará como un relámpago la insurrección y se conquistara el poder.

Mientras tanto “cuidémonos de no provocar a la burguesía, conquistemos las mayorías parlamentarias, ganemos para el pueblo al ejército y las fuerzas del orden, así alcanzaremos una correlación de fuerzas favorables en el Estado y se impondrán los términos políticos que se quieran a la burguesía”; la democracia derrotará al neoliberalismo. Esto es el máximo posible, es la doctrina del mal menor, es “táctica, táctica”. No caracterizan ni explican que significa para ellos “democracia” más que la conquista de un conjunto de libertades públicas, que pueden ser concedidas mientras no alteren en lo fundamental el orden de clase.

Cómo se planteaba más arriba, entre 1980 y 1986 el revisionismo aplica la táctica de todas las formas de lucha. Si consideramos la política que persiguió la camarilla Corvalán-Teitelboim desde antes del golpe de 1973, hasta aquella que adopta en relación al curso de los acontecimientos políticos ocurridos con posterioridad al “año decisivo” de 1986 (plebiscito de 1988 y la elecciones de 1989), podremos constatar que la táctica de “todas las formas de lucha” (que incluía la utilización de la violencia a través del aparato armado del partido) no es más que un interregno dentro de una continuidad política e ideológica de carácter revisionista y electoral-oportunista.

La utilización de la lucha armada (en su acepción más estrecha) o “violencia aguda” –tal como se define en los documentos del revisionismo– como forma de lucha no altera la naturaleza históricamente revisionista de su política, esto es: revisionismo armado.
“Todo es ilusión, excepto el poder” decía Lenin en 1905. Lo central en una revolución es el poder, y éste se obtiene mediante la violencia y se defiende mediante la dictadura revolucionaria. Marx planteaba que no se debía jugar a la insurrección, que éste era un asunto serio, un verdadero arte. Por su parte el presidente Mao Tse-tung señala en 1938 que la “tarea central y la forma más alta de toda revolución es la toma del poder por medio de la lucha armada, es decir, la solución del problema por medio de la guerra. Este revolucionario principio marxista-leninista –agrega– tiene validez universal”. Para el proletariado y el pueblo chileno éstas son cuestiones de principio, fundamentales e irrenunciables, son leyes históricas ineluctables. Si el proletariado y el pueblo renuncian a estos principios se condenan a llevar cadenas y por tanto perpetuar la dominación imperialista, de la gran burguesía y de los terratenientes: sus principales enemigos. El revisionismo nunca ha querido comprender este abc de la línea militar del marxismo-leninismo-maoísmo.

El fracaso del atentado a Pinochet en septiembre de 1986, sumado a las directivas del Departamento de Estado yanqui entregadas a la junta militar fascista para “transitar a la democracia” –que incluían la exigencia al PDC de un rechazo público y decisivo de la violencia política y por lo tanto la exclusión de cualquier alianza con quienes la ejercieran– llevaron al revisionismo chileno, frente al aislamiento político que comenzaban a sufrir respecto a los otros partidos, a ‘reinterpretar’ la política de rebelión popular y ‘suavizar’ el llamado a usar “todas las formas de lucha”.

Esta reinterpretación los lleva a cambiar las armas por las urnas, es decir: a desistir de la “violencia aguda”, persistir en la búsqueda de la alianza política con el bloque DC-PS (base de la Concertación) y formar parte de un futuro gobierno de transición como resultado de elecciones abiertas. El plan político del imperialismo yanqui para Chile y América Latina ganaba en toda la línea.
Sin embargo, el escenario político nacional marcado por las jornadas de protesta popular y el ascenso notable del movimiento popular mostraban objetivamente el desarrollo de la situación revolucionaria y justificaban plenamente la rebelión armada de las masas. Al respecto el 9 de septiembre de 1986 el diario español El País afirmaba: “A pesar de que las fuerzas moderadas de la oposición, en particular la Democracia Cristiana, condenan toda utilización de métodos violentos, no se puede cerrar los ojos ante el hecho de que la influencia del Partido Comunista de Chile, que apoya al Frente [FPMR], está creciendo sensiblemente, sobre todo en los sectores más jóvenes y radicales del país, en las universidades y en las poblaciones que rodean a la capital, en las que se concentran las capas más expoliadas y desesperadas. Ello se ha traducido en éxitos comunistas en recientes elecciones universitarias y sindicales.” Lo que no dice el diario español es que faltaban –y faltan todavía– las condiciones subjetivas: partido marxista-leninista-maoísta, ejército popular y frente, los tres instrumentos básicos de la revolución democrática. Este conjunto de cosas era el riesgo que el imperialismo yanqui intentaba por todos los medios evitar. No se aceptaba la nicaragüización del país y menos que se repitiera una guerra popular como la dirigida por el Partido Comunista del Perú.

¿Estaba el revisionismo dispuesto a impulsar una verdadera revolución en Chile? No. Había llegado la hora de hacer conducta y vender bonos de estabilidad política y social a cambio de mullidos sillones parlamentarios.

Fin de la “sublevación nacional”.

Como buen agente pro-soviético (no obstante sus propias y originales aportaciones a la iniciativa), la camarilla revisionista chilena comenzaba a seguir los pasos de Gorbachov y la perestroika. La ‘revolución en la revolución’ y el cambio de orientación del revisionismo soviético respecto a la lucha armada formaban parte de las nuevas políticas de la dirección revisionista soviética para América Latina y el Caribe.

La violencia armada -mejor dicho el revisionismo armado- como medio de presión para alcanzar determinados objetivos políticos, ya no corría para los nuevos tiempos de paz (paz de cementerio por supuesto) y aparente distensión interimperialista.

Casi al mismo tiempo, la restauración capitalista en la URSS, proceso iniciado en 1956 con el ascenso de Jruschov, termina desbocado, entre 1989-1991, en un desenfrenado capitalismo “a la occidental” con el restablecimiento de instituciones políticas demo-liberales, debilitando primero y, cancelándose totalmente después, toda ayuda a los revisionistas de distintas latitudes, entre ellos a los latinoamericanos.

Carentes de una “retaguardia estratégica para la revolución”, atemorizados de su orfandad política y más aún del torrentoso caudal popular que comenzaba a desbordarse y rebasar su política de rebelión, los revisionistas chilenos decidieron poner marcha atrás, ‘adaptarse’ a las nuevas condiciones políticas y colaborar activamente en poner diques para contener el pujante avance de las masas.

Una de las condiciones para su inclusión política relativa, es decir la legalización, era su total distanciamiento de la “aventura armada”; para esto, encarpetaron “por si las moscas” la sublevación nacional (tal como dijo jocosamente, a principios de los ’90, el encallecido revisionista Luis Corvalán Lepe) y, a continuación, para que no pareciera que estaban renegando de su política de rebelión popular de masas, dijeron que se seguía aplicando, pero ahora de acuerdo a la nueva situación, difundiéndola como una rebelión electoral, como un “levantamiento” de votos “concientes”.

Veamos ahora, a través de sus documentos, como fue el derrotero que siguieron entre 1987 y 1994.

En febrero de 1987, los revisionistas en un documento titulado “Propuestas para una salida política” planteaban que: “Establecido el derecho y, en definitiva, el deber de poner fin al orden fascista, se puede encontrar un consenso para el empleo de todas aquellas formas de lucha que ayuden a alcanzar la victoria.” Agregando más adelante que: “Es cierto que nosotros consideramos que el conocimiento del arte militar, la preparación de cuadros militares y el desarrollo de una política para los hombres que integran las FFAA, son deberes irrenunciables de un partido revolucionario. Pero no habría por qué recurrir ni recurriríamos jamás a acciones de tipo armado cuando la voluntad del pueblo pueda expresarse y realizarse libre y democráticamente...” (Destacado en negro por ND) No cabe duda: han hecho de la ambigüedad un verdadero arte. La frase “todas las formas de lucha” pierde fuerza o es acomodada a la nueva situación política.

Consecuentemente a esta nueva situación política, en 1987 se deshacen de su brazo armado el FPMR transformándolo después en Movimiento Patriótico Manuel Rodríguez (MPMR). Respecto al FPMR-Autónomo no nos referiremos aquí pues esta experiencia de revisionismo armado requiere un estudio particular.

A contrapelo de lo que antes habían afirmado -de que no participarían del plebiscito porque éste sería un fraude-, en el Pleno de junio de 1988 el Comité Central llama a votar por el NO en octubre de ese año, fecha en que se realizaría dicho referéndum. Evidentemente, participaron activamente de la campaña del No, legitimando con ello la Constitución de 1980.

En mayo de 1989 en el Informe al XV congreso señalan: “La Rebelión Popular de Masas es el nombre que toma nuestra línea política en este período. Es la articulación de la estrategia y táctica en función de resolver la contradicción principal dictadura-democracia. Su objetivo es avanzar al fin del fascismo, conquistar y profundizar la democracia.”

Poco antes, en marzo del mismo año, Volodia Teitelboim, estando a la cabeza de la camarilla revisionista pro-soviética señalaba en qué consistía la Política de la Rebelión Popular de Masas: “Respecto a la Rebelión Popular de Masas, los nombres deben tratar de responder a las esencias de una política. Los nombres pueden ser más o menos apropiados. Pero cuando se propuso la denominación Rebelión Popular de Masas, evidentemente que no se estaba proponiendo la revolución social, porque entonces se hubiera llamado de otra manera. Para nosotros, rebelión es un acto masivo frente a una situación injusta. No es la toma del poder. No es el cambio del sistema, aunque una serie de rebeliones puede, en algún país determinado, culminar con un proceso revolucionario que conduzca a la toma del poder y a una revolución. Pero no se trata de eso. No es necesariamente eso.” A confesión de parte relevo de pruebas. Y concluyendo más adelante agrega “Me parece que la Rebelión Popular de Masas debe entenderse en este período como la forma necesaria de actuación a través de las urnas, a través del voto, que también es un arma, y muy poderosa.” Estos eran los aprestos políticos para apoyar a los candidatos de la Concertación a las elecciones presidenciales que se celebrarían a fines de 1989, aunque habían dicho que no participarían.

En otros documentos a fines de febrero de 1990 plantean que “Contra nuestros deseos el pueblo identificó Rebelión Popular con una forma de lucha.”

Era natural que más amplias capas del pueblo comenzaran a ver en la violencia armada no sólo una forma más alta de lucha contra la opresión sino que también en su posible desarrollo como lucha armada revolucionaria la única vía válida de una revolución democrática para resolver las contradicciones fundamentales de la sociedad chilena y, por tanto, la forma principal de lucha capaz de dar definitiva solución a las tareas políticas derivadas de esas contradicciones.

Evidentemente, ahí donde el pueblo sí puede y quiere, el revisionismo no puede ni quiere.

El revisionismo, que frente a la negativa de la junta militar fascista, había iniciado la utilización de la “violencia aguda” para “abrir espacios políticos de participación”, sólo alcanza un mal puesto en el vagón de cola de la gran burguesía. Además, el Partido Demócrata Cristiano que vetaba el ingreso de la camarilla revisionista a la Concertación, sabía que de ‘todas formas’, le concedería los votos. A su vez, los revisionistas, justificarían este ‘paso táctico’ en la lógica del mal menor, e igualmente sabían que obtendrían como premio al abandono de la “violencia aguda”, su legalización.

El imperialismo yanqui y la gran burguesía, representada ahora por la Concertación, podían continuar tranquilamente la acumulación sobre la base del saqueo de los recursos naturales, la superexplotación de la clase obrera y la opresión de las masas nacionales.

Los principales enemigos del pueblo sabían que el revisionismo al arrastrar tras de sí a numerosas organizaciones de masas –que dependían de su dirección– hacia la casi total ‘pacificación’ del movimiento popular, generaban las condiciones de gobernabilidad, estabilidad política y social que la Junta ya no garantizaba para sus negocios.

Insistamos un poco más en esto. “El Estado –dice Lenin– es producto y manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase. El Estado surge en el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables”. Más adelante agrega “Según Marx, el Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del «orden» que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases.” En esto radica la tesis de Lenin sobre la necesidad de destruir, demoler ese órgano de dominación. Entonces, cuando el pueblo en nuestro país comenzaba a comprender que la violencia revolucionaria no sólo debía utilizarse para cambiar un gobierno militar por otro civil; cuando el pueblo comenzaba a intuir, producto de su combatividad, que esto último sería una mera consecuencia del cumplimiento de la tarea política fundamental, a saber: la destrucción del Estado burgués-terrateniente chileno; justo en momentos cuando las condiciones para la propaganda revolucionaria acerca de la necesidad de la dictadura de las clases revolucionarias contra las clases reaccionarias, la dictadura de la mayoría sobre la minoría, se tornaban muy propicias para que el pueblo las comprendiera, el revisionismo, al mismo tiempo que arrojaba tierra a los ojos de las masas más combativas -que día a día iban en aumento-, le tendía una mano a los enemigos del pueblo, le hacia entrega, una vez más en la historia de nuestro país, de un “cheque en blanco” a la gran burguesía y al imperialismo.

Prosigamos con el derrotero. En el X Pleno del Comité Central (CC) en 1990 afirman “El Congreso y la Conferencia acordaron aspectos generales de nuestra línea política con vista a establecer en Chile una sociedad socialista, democrática y humanitaria, de dirección pluralista, que acepte la alternancia en el gobierno y que no invoca la dictadura del proletariado como forma de ejercer la hegemonía de la clase obrera en la sociedad”. Justamente aquello –dictadura del proletariado– que para cualquier marxista consecuente, tal como señalara Lenin, es un principio irrenunciable.

En 1994 terminan de abandonar totalmente la política de Rebelión Popular de Masas y formulan su política de Revolución Democrática, con la cual pretenden impulsar un cambio en la correlación de fuerzas para terminar con la ley binominal que les impide formar parte del parlamento. En el informe al XX Congreso realizado ese año definen que: “La necesidad de alcanzar el objetivo estratégico de conquistar un régimen democrático real, no sometido a tutelaje militar ni a poderes imperiales y empresariales, es el sentido de nuestra propuesta de revolución democrática.”

Es sintomático de su descarado oportunismo el cómo evalúan el periodo de su política de rebelión popular: “El tiempo nos ha dado la razón. Si se hubiera seguido el camino que propusimos de una salida política de masas, con una oposición unida, encabezada por una coalición democrática, que abarcaba a todos los sectores opositores de la época, (partidos políticos, organismos de derechos humanos; el mundo social, con sus sindicatos, colegios profesionales, entidades culturales, juventud, agrupados en la Asamblea de la Civilidad), desarrollando acciones tan poderosas y combativas como las protestas masivas, que pusieron en duros aprietos a la tiranía, ésta se hubiera desplomado. El ímpetu de todo un pueblo en la calle, a través de su movilización habría alcanzado una democracia sin ataduras, una libertad genuina, sin hipoteca ni dependencia militar, sin el “papel rector” de las Fuerzas Armadas.”

En este párrafo del informe citado, se mide toda su catadura, dicen “salida política de masas”. Pero todo marxista sabe que la solución a los problemas fundamentales de la sociedad chilena pasa por una salida armada de masas para la conquista del poder, por la organización armada de las masas para la defensa del poder conquistado, esto es una cuestión de principios y constituiría la expresión más alta en la formulación de una política revolucionaria comunista. Pero para evitar confusiones insistamos en el hecho de que el problema no pasa por un cambio de gobierno, sino por la total demolición del viejo Estado, la expulsión del imperialismo y la confiscación a la gran burguesía y los terratenientes.

Para empeorar las cosas se refieren al ‘papel rector’ de las fuerzas armadas y nada más. Es por eso que su política militar consiste en despinochetizar las FFAA y de orden, porque consideran estas instituciones como patrimonio de todo el pueblo y no sólo de un sector de la sociedad chilena. El ejército del Estado chileno constituye un puntal estratégico contrarrevolucionario, ¿acaso ésta no es una de las grandes lecciones históricas comprobadas con el golpe y antes de éste?

Respecto a estos dos últimos párrafos ver más adelante en el mismo artículo en: “Más sobre la línea militar burguesa del revisionismo”

El “viraje”: el revisionismo recupera la memoria

En 1994, al plantear su camino de “una salida política de masas” omiten sus adquisiciones militares hechas en su oposición a la junta militar fascista. Pero a medida que avanza la década y nos adentramos en el siglo XXI empiezan a “recuperar” la memoria. También, por su parte, el movimiento obrero y popular comienza a desplegar un nuevo ascenso en sus luchas. Por tanto, el revisionismo tenía y ha tenido que desempolvar su experiencia armada para que, por un lado, “reencanten” a las masas y parte importante de su militancia, y por otro lado, “recordarles” al gobierno lo que sucedió cuando fueron arrinconados políticamente tras el golpe del ’73. No obstante este coqueteo con su memoria y adquisiciones, la camarilla de los Tellier-Carmona no olvidan afirmar, tal como hace cincuenta años lo hizo Corvalán, que no representan una amenaza para ningún interés respetable.

Efectivamente, en el 2002 en la Convocatoria a su XXII congreso plantean la táctica del viraje en la aplicación de la línea de la revolución democrática consistente en “que sólo la organización, la lucha y la movilización social impondrán los cambios democráticos y romperán los obstáculos impuestos por la actual institucionalidad.” Agregan la necesidad de “un cambio en nuestro accionar político que convierta la movilización social, rebelándose contra las ordenanzas políticas del sistema, en la clave de la acumulación de fuerzas... Ese debe ser el centro de nuestra práctica política en el próximo período... Un sistema tan ilegítimo y antidemocrático como el actual sólo puede ser enfrentado con una actitud de rebelión y confrontación total... Esto no significa abandonar las batallas electorales, sino participar en ellas de una forma absolutamente distinta a la de hoy. A éstas se llega con la más intensa lucha social y sólo como expresión de ella. Lo principal hoy no es la participación en los procesos electorales o en la institucionalidad. Esto significa un cambio en nuestro quehacer y nuestra elaboración política.” Más adelante expresan en la misma convocatoria: “Reivindicamos de manera particular que se ponga fin al monopolio de la presencia de las corrientes políticas militaristas y de derecha al interior de las FF.AA., y que se asuma el indispensable pluralismo que es condición de la democracia.” Y luego, como amenazando indirectamente al gobierno, agregan: “Los aspectos militares de la política no pueden ni deben ser ignorados y es nuestra obligación retener como acervo del partido todas las experiencias y capacidades que adquirimos cuando resolvimos superar el vacío histórico en nuestra elaboración política que puso de relieve el golpe militar del 11 de septiembre de 1973. Eso sólo es posible si estos aspectos de la política son permanente materia de preocupación de las estructuras del partido y actuamos a la ofensiva cada vez que se pretenda desacreditar el inmenso aporte que desarrollaron centenares de nuestros compañeros en la lucha contra la dictadura.”

No se abandonan las “batallas electorales”, pero para ganarlas hay que acumular fuerzas, es decir aumentar la votación, pero esto se logra movilizando a las masas a las urnas. Esto, tal como decía Lenin, no es más que “un levantamiento sumiso”. Dicen que lo electoral no es lo principal ¿entonces qué es lo principal? En ambigüedad, no se encuentran expertos que superen a los revisionistas. “Lo principal hoy no es la participación en los procesos electorales o en la institucionalidad”, formulaban en el viraje. Esto es lo que se llama ‘palabras de buena crianza’, pero deberíamos agregar: de buena crianza oportunista. Son frases para embaucar a incautos, pues cualquiera sabe que su lucha contra la exclusión y el fin de la binominalidad no son para quedarse mirando el parlamento desde la vereda de enfrente. Más bien, con esta frase pretenden calmar el creciente descontento de su militancia no sólo con los exiguos resultados electorales, cuestión evidente, sino que con la inutilidad y el carácter contrainsurgente que tienen las elecciones, y peor aún, la complicidad que adquiere el participar de ellas, legitimándolas.

Por otro lado, tal como señaláramos más arriba, para ellos el problema de las FF.AA. pasa porque se reconozcan como una institución democrática de todos los chilenos, para esto hay que romper con el monopolio de la derecha y ciertas corrientes, hasta alcanzar el “indispensable pluralismo”.

El desarrollo del “viraje” en torno al XXIII Congreso: más del mismo, viejo y podrido cretinismo parlamentario.

En junio del año 2006 en su “Convocatoria al XXIII Congreso” considerando los cambios políticos producidos en América Latina manifiestan un conjunto de propuestas más radicalizadas, desde el punto de vista de la “utilización de la más diversas formas de lucha” (subrayemos “las más diversas”, pues ya no son “todas las formas de lucha”).

En esta convocatoria tratan de hacer creer que las movilizaciones de trabajadores y estudiantes en el año 2006 eran el resultado del “viraje táctico” en medio de las cuales se desenvolverían las propuestas que formularon a Bachelet durante la campaña electoral para la segunda vuelta, y que tiene, según ellos, como telón de fondo la “amplia convergencia” para poner fin al sistema electoral binominal. Vale decir, las luchas populares constituyen para ellos, al mismo tiempo que una moneda de cambio para negociar sus porfiadas ambiciones electoreras, un mecanismo que puede sacarlos del descrédito creciente que viven entre las más amplias masas y la propia crisis interna que viven producto precisamente del ‘paso táctico’ dado durante la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, que dejó en el más absoluto abatimiento a una parte significativa de su militancia que, honesta y verdaderamente, trabaja por una revolución democrática.

Pero la dirección revisionista, ciega de arrogancia se atreve a afirmar en la convocatoria citada: “Nuestro desafío entonces es apropiarnos de este nuevo momento político, pues eso nos permitirá determinar el carácter y el ritmo de las iniciativas a emprender para aislar a los sectores que representan al capital financiero transnacional y sus aliados y lograr así los avances de rango estratégico que nos trazamos para el presente período.” Esto no es otra cosa si no una abierta confesión de que si es necesario frenar el movimiento popular, en función de sus políticas, lo van a hacer. El “carácter y ritmo” lo determinan ellos contra cualquier expresión de ‘maximalismo’ que aparezca en o fuera del partido.

Recordando, sobre todo sus formas de lucha más radicalizadas o “agudas”, tratan de insinuar su reposición. En este sentido, mantener a la militancia y a sus simpatizantes ilusionados en el restablecimiento de la política de rebelión de masas (con un discurso que aparentemente raya en la preparación de la sublevación, o bien, llamando a la “confrontación total”, como afirmaban el 2002) se ha vuelto un verdadero arte: “Los comunistas, por la trágica experiencia vivida por el pueblo chileno, hemos aprendido que debemos estar dispuestos a usar todas las formas de lucha, pero también debe quedar muy claro que hay momentos y momentos para cada una de ellas. Las provocaciones y las acciones de violencia sin sentido y razón política, desvinculadas del movimiento real de masas, frenan e impiden la masividad de las luchas, que hoy es lo principal. Ello no descarta la autodefensa si es que se persiste en someter al pueblo a la agresión o las provocaciones, y a los ataques de grupos fascistas neonazis que han emergido en el último tiempo. Esas formas de lucha y de autodefensa deben generar las mejores condiciones para que los movimientos y las protestas callejeras se expresen, masiva y multitudinariamente.”

El discurso revisionista, se vuelve más sofisticado, pues las adquisiciones hechas en los ’80 los revistieron con un aura revolucionaria. Pero esta aura se desvanece rápidamente tan pronto se sople sobre ella y aparezca su verdadero fondo: viejo y podrido cretinismo parlamentario. Con armas o sin ellas, lo que no ha cambiado en más de 50 años, no va a cambiar repentinamente ni con el “viraje táctico” ni apelando a sus “adquisiciones”.

Es así como, de las propias palabras de Lautaro Carmona –alto dirigente del revisionismo– dichas a principios del 2006, es posible demostrar lo que se afirma: “Un estado –señala Carmona– que se haga cargo de generar fuentes de trabajo dignas; que procure presupuestos per cápita dignos en áreas como la salud y la educación y leyes electorales que permitan que todas las sensibilidades estén representadas en las instituciones. No queremos volver al socialismo, tenemos propuestas para el siglo veintiuno.” Comparémoslas con las dichas medio siglo antes, en 1957, por Luis Corvalán, en la 24a Sesión Plenaria del Comité Central: “Queremos y reclamamos nuestra libertad. Y declaramos solemnemente que, otra vez libres para actuar en la vida política, no constituiremos una amenaza para ningún interés respetable. Somos partidarios de que todo se resuelva democráticamente, de acuerdo a la voluntad de la mayoría del país dentro del libre juego de todos los partidos y corrientes. No aspiramos hoy a la sustitución de la propiedad privada de los capitalistas chilenos por la propiedad colectiva. Y cuando mañana sea preciso avanzar en ese terreno, pensamos que ello debe hacerse también con el acuerdo de la mayoría de los chilenos, por la vía pacífica y garantizando el bienestar y los derechos de los capitalistas, esto es, indemnizándolos debidamente.”

Más sobre la línea militar burguesa del revisionismo

A propósito de los 30 años del Inicio de la Tarea y otras conmemoraciones, en la misma Convocatoria al congreso del 2006, clarifican, para quienes podrían haberlo “olvidado”, las características de la política de rebelión de masas y los que, según ellos, le dieron vida: “En Abril de este año se cumplieron 30 años del Inicio de la Tarea, y se cumplirán en Agosto y en Septiembre 20 años de la internación de armas por Carrizal y del ataque a la caravana armada del tirano. A propósito de ello nos reunimos con más de un centenar de ex oficiales formados en Cuba y otros países que solidarizaron con nuestra causa, oficiales revolucionarios internacionalistas... Luchando en otros procesos 19 de ellos perdieron la vida en combate. Diez han sido repatriados. En Chile contribuyeron a llevar a la práctica nuestra política de rebelión popular contra la dictadura. Muchos sufrieron la cárcel, varios aún son perseguidos, otros viven en el extranjero producto de condenas de expatriación, un número importante perdió la vida en alevosos golpes propinados por las fuerzas represivas. Los que están en Chile se han integrado a la vida civil.”

Y continúa: “El Partido Comunista reconoce el papel de cada uno de ellos en un nombre: Raúl Pellegrinni, primer jefe del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, conformado en su gran mayoría por militantes del Partido Comunista. El rodriguismo fue una adquisición del Partido Comunista, que hoy se prolonga y permanece en cada uno de nosotros.”

A los pacientes lectores de este artículo les pedimos que comparen estas “frases” con las que formulaba en una entrevista en mayo de 1990 Volodia Teitelboim (citadas más arriba) y las de febrero de ese mismo año que repetimos nuevamente: “Contra nuestros deseos el pueblo identificó Rebelión Popular con una forma de lucha.”

Despertando del coma oportunista y terminada la amnesia táctica, el “acervo” del partido en materia militar es desenterrado a propósito de la misma convocatoria:

“Estas conmemoraciones han contribuido a reconocer de manera más completa el rol jugado por el Partido en la incorporación de las formas de autodefensa de masas y de lucha armada al acervo histórico del movimiento popular chileno y, junto con ello, han puesto de relieve la necesidad de implementar con mayor decisión la política militar del Partido en este periodo, pues al avanzar en la consecución de los objetivos políticos planteados se irá agudizando la confrontación política y dilucidándose cual será la forma de desenvolvimiento de la lucha revolucionaria. Debemos estar preparados política e ideológicamente para emprender formas de lucha distintas si así lo requieren las circunstancias.”

Insistimos en que la utilización de armas en la lucha política, la “violencia aguda”, tal como le llama en ocasiones la camarilla revisionista chilena, puede ser tenida por “lucha armada”, pero en este caso, el empleo del concepto estaría reflejando un uso parcial y limitado, poco riguroso, si se quiere, desde el punto de vista de la doctrina militar del proletariado. En este sentido las protestas masivas desarrolladas entre 1983 y 1986, que en parte y sólo en parte obedecieron a la aplicación de la “Política de Rebelión Popular de Masas” (PRPM) bien pudieron haber desembocado en una “sublevación nacional” en 1986, o mejor dicho una insurrección, que dejara al revisionismo a la cabeza de un gobierno provisional (así planteaban la cuestión a principios de los 80). Sin desconocer esto, volvemos a repetir, la lucha armada desarrollada por el revisionismo se movía dentro de una estrategia de utilización de violencia aguda, dentro de la cual agitaban la consigna “todas las formas de lucha”, pero que no contó -como ellos querían- con una “coalición democrática” unida, desde el punto de vista de las alianzas políticas, fundamental para su modelo de sublevación; es decir, no contó con el respaldo –más bien el absoluto rechazo– del Partido Demócrata Cristiano. Pero, en el 2006 al referirse a la década de los 80, la “PRPM” y su coronación en la sublevación nacional, se transfigura –tal como citáramos más arriba– en “una salida política de masas”.

Hablan de la lucha armada como “acervo histórico”, para luego afirmar “la necesidad de implementar con mayor decisión la política militar del Partido” ¡Qué frase! ¡Si parece que fueran a tomar las armas nuevamente!, no son más que voladeras de luces. Luciérnagas para encandilar a incautos. Dicen que deben estar preparados “para emprender formas de lucha distintas”, ya no todas las formas de lucha. Es posible que estén preparando la sublevación nacional, sublevación electoral.

Entre 1905 y 1921, Rusia pasó por tres revoluciones y la Guerra Civil. En octubre de 1902, Lenin, obviamente no había vivido siquiera algún ensayo revolucionario, menos una revolución triunfante; pero leamos atentamente como reflexionaba este jefe bolchevique y comparemos con la vacilante afirmación revisionista hecha más arriba sobre como irá “dilucidándose cual será la forma de desenvolvimiento de la lucha revolucionaria”:

Dice Lenin: “Mientras no dispongamos de organizaciones revolucionarias sólidamente unidas, capaces de reunir unos cuantos destacamentos para dirigir todos los aspectos de una manifestación, los fracasos serán inevitables. Pero una vez que esta organización se estructure y robustezca en el proceso mismo del trabajo, gracias a una serie de experien­cias, entonces podrá (y es la única que podrá) resolver el pro­blema de cuándo y cómo es necesario armarse, de cuándo y cómo se debe usar las armas. Esta organización deberá trabajar seria­mente, tanto para incrementar la “rapidez de la movilización” (factor importantísimo, que el autor de la carta subraya con toda razón), para aumentar el número de los manifestantes activos, para preparar los dirigentes de la manifestación, para atraer a la “masa de los espectadores” a participar “en la tarea” y para “corromper” a las tropas. Precisamente porque un paso como el de lanzarse a la lucha armada en la calle es “duro”, y porque “tarde o temprano resulta inevitable”, sólo podrá y deberá darlo una sólida organización revolucionaria, que se halle directamente al frente del movimiento.”
La cuestión es que, no obstante la existencia de bases honestas, la camarilla revisionista Tellier-Carmona y el partido que encabezan no son una “sólida organización revolucionaria”, al contrario. El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.

Antes de proseguir es necesario hacer una pequeñísima pero útil digresión teórica. La línea militar proletaria, es manifestación de la aplicación de la teoría militar del proletariado, ésta a su vez es la acumulación de la experiencia de lucha armada contra la opresión y explotación en los distintos países, esto es la Guerra Popular dirigida por los partidos proletarios, hay que precisar que esta teoría exige el establecimiento de bases de apoyo, es decir de nuevo poder, lo que sólo se logra sobre la punta de los fusiles. La teoría marxista sobre el Estado parte por reconocer que el ejército, los tribunales, el parlamento, forman parte constitutiva de éste y que por ende son instituciones que defienden los intereses de las reaccionarias clases dominantes que representan, y por tanto deben ser también destruidos, demolidos. El revisionismo, al contrario, siembra la ilusión de un cambio pacífico en la actitud de las FFAA y de orden respecto del pueblo. El revisionismo parte de la base que el Estado expresa determinadas correlaciones de fuerzas de clase que pueden ser alteradas sin necesidad de destruirlo como aparato. De esto deriva su línea militar burguesa que tan magníficamente han expuesto en su Convocatoria al XXIII Congreso:

“Asimismo, debemos dar continuidad y carácter sistemático a las iniciativas dirigidas hacia las FF.AA. y a Carabineros. Si bien es cierto las FF.AA. chilenas aún no están democratizadas ni se han desligado de la defensa de intereses reaccionarios ni de la doctrina de seguridad nacional, y muchos responsables de violaciones a los derechos humanos permanecen impunes, no es fatal que las FF.AA. jueguen siempre un papel de contención de cualquier proyecto popular alternativo al neoliberalismo. La experiencia de diversos procesos revolucionarios y progresistas en América Latina y nuestra propia experiencia, muestran que las instituciones militares no son impermeables a las ideas de cambio social. En ocasiones, la fuerza del movimiento popular ha logrado que jueguen, en su totalidad o sectores importantes de ellas, un papel distinto, favorable a los intereses populares.”

Lo cierto es que no pueden dar ejemplos concretos de esto para nuestro país y para el resto de naciones latinoamericanas. Considerando a las FFAA y de orden como el último recurso del Estado burgués-terrateniente chileno y, peor aún, a 100 años de los sucesos de la Escuela Santa María de Iquique, es verdaderamente irresponsable, sino criminal (dada la trayectoria represiva y genocida de éstas), sembrar ilusiones en ellas. Sin embargo, esto sí lo puede hacer –y lo ha hecho– el revisionismo en Chile. Decir que “no es fatal” es lo mismo que decir que la excepción termina por confirmar la regla, y la regla es que en la abrumadora experiencia histórica en cada caso concreto, respecto al papel esencialmente antipopular y contrainsurgente de las FFAA en cada país y en el plano internacional, es irrecusable.

Por el carácter de esta corriente oportunista en el seno del movimiento popular, creemos que estamos muy lejos de agotar el tema en el presente artículo. La naturaleza ambivalente del revisionismo, sus definiciones imprecisas que busca dejar contentos a todos, nada tienen que ver con la táctica marxista, la cual siempre se mueve dentro de principios muy definidos, en ello Lenin era enfático. Se admitía flexibilidad táctica, pero jamás en los principios, porque eso equivalía a renuncia. Por último cerremos esta parte con una cita, que equivale para nosotros a una verdadera síntesis, de lo que decía Lenin sobre el revisionismo en 1904: “Cuando se habla de lucha contra el oportunismo, no hay que olvidar nunca un rasgo característico de todo el oportunismo contemporáneo en todos los terrenos: su carácter indefinido, difuso, inaprensible. El oportunista, por su misma naturaleza, esquiva siempre plantear los problemas de un modo preciso y definido, busca la resultante, se arrastra como una culebra entre puntos de vista que se excluyen mutuamente, esforzándose por «estar de acuerdo» con uno y otro, reduciendo sus discrepancias a pequeñas enmiendas, a dudas, a buenos deseos inocentes, etc., etc.”

Nuestras Tareas

¿Por qué el revisionismo es el peligro principal? La lucha contra el revisionismo no se da solamente por fuera de las organizaciones comunistas si no que también en su interior. Esta necesaria lucha de líneas es el motor de todo verdadero partido comunista. El problema del cambio de color y la lucha por hacer preservar el rojo, es el reflejo en el seno de los partidos comunistas, de la propia lucha de clases existente en la sociedad, esto, independientemente, de cuáles sean las clases dominantes en un momento u otro. En este sentido, también, la lucha a muerte entre el camino socialista y el capitalista, ha sido una batalla nueva y un problema complejo de enfrentar por el movimiento comunista. La URSS y China formaron parte durante décadas del campo socialista. Desde el momento mismo en que triunfan la revolución proletaria o la revolución de nueva democracia en dichos países, la lucha contra los intentos de restauración capitalista fue muy dura. El presidente Mao, a la cabeza del PC chino no sólo supo recoger críticamente y sintetizar la experiencia soviética en la construcción de la nueva sociedad, si no que al aplicarla en su nación, la llevó a una etapa superior. Es por ello que la Gran Revolución Cultural Proletaria en China (1966-1976) expresión de la teoría del presidente Mao sobre la continuidad de la lucha de clases bajo la dictadura del proletariado, ha significado en la historia de la humanidad la más alta etapa en la lucha de las clases oprimidas por conquistar su definitiva emancipación. Esta constituyó, por lo cierto, una de las formas que adquiere la lucha contra el revisionismo en el seno de la sociedad socialista y al interior de los partidos comunistas que la dirigían. Hacer propaganda sobre estos importantes problemas es una tarea constante de todos aquellos que se tengan por comunistas. Esta es una cuestión de principios al abordar la lucha contra el revisionismo.

En 1963 la carta abierta del PC Chino al PCUS decía: “Si los comunistas se deslizan por el camino del oportunismo, degenerarán en nacionalistas burgueses y en apéndices del imperialismo y de la burguesía reaccionaria.” El revisionismo chileno, encarnado en el falso Partido Comunista de Chile, en el grupo Acción Proletaria y en otras organizaciones, se corresponde plenamente con la definición citada arriba. Su camino, al mismo tiempo que necesita de las masas para arrancar algunas concesiones al gobierno de turno, trata de mantener encendida la ilusión en un mañana libre de explotación usando la vía parlamentaria. El revisionismo trata de hacer creer al pueblo que sus intereses y los de éstos son uno e indistintos; cuando en verdad constituyen un pilar más para la mantención del actual orden de cosas. En todo esto radica su peligro y la necesidad de los revolucionarios de luchar contra él.

Desde su génesis en nuestro país el movimiento obrero y popular no ha logrado desembarazarse de la influencia de la burguesía y de la ideología de las clases dominantes. Al respecto, Engels planteaba que en largos períodos el movimiento obrero acumula un “colosal montón de basura”, esto es necesario barrerlo. Todas las revoluciones han enseñado la necesidad de barrer este colosal montón de basura, romper con esta costra bajo la cual la masa honda y profunda clama por que se organice la rebelión. Uno de los aspectos fundamentales de la táctica marxista consiste precisamente en ir a lo hondo y profundo de las masas.

Siempre es poco insistir en esto, no podemos descuidar en el trabajo político revolucionario la vigilancia respecto al revisionismo y su papel al interior del movimiento popular. Al dirigirnos a lo hondo y profundo de las masas, a aquellas sin partido o que estén desorganizadas, también debemos trabajar sistemáticamente en todos los terrenos por desenmascararlos en el proceso mismo de ligarnos a las masas y sus luchas. Toda vez que ellos se obstinen por cabalgar sobre las masas nosotros debemos saber aprovechar el impulso que están obligados a darle al movimiento popular (so pena de que sean expulsados fuera de él) para denunciarlos cuando, una vez satisfechas sus mezquinas demandas políticas, intenten frenar y contener el desborde popular. Debemos actuar con flexibilidad al momento de ligarnos a las masas a pesar de la existencia o presencia del revisionismo en las organizaciones del pueblo. Debemos arrancarles la dirección del movimiento.

La denuncia ocasional del revisionismo es insuficiente para desplazarlo de la dirección y expulsarlo después del seno del movimiento obrero y popular. Porque esta es una tarea que deben emprender las propias masas, es necesaria una acción paciente de explicación entre ellas. Es necesario educar y aprender de las masas en todo momento: cuando se estén preparando las luchas, al momento en que éstas se desarrollan, una vez que han finalizado, en los intervalos entre uno y otro período de lucha abierta. etc. Para lograr esto hay que unirse a las masas, organizarlas, movilizarlas, politizarlas y construir organización comunista -en la perspectiva de fundar el Partido Comunista de Chile (marxista-leninista-maoísta). Repetimos. Explicar, educar, aprender y luchar resueltamente junto a las masas sin perder de vista que esto forma parte de los ineludibles preparativos para iniciar la guerra popular primero y desarrollarla después.-


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Lenin y Mao sobre las formas de lucha

Respecto al problema de las formas de lucha, Lenin exige que sea enfocado históricamente. Él consideraba que era fundamental examinar en detalle “la situación concreta del movimiento dado, la fase dada de su desarrollo”, no hacerlo así equivalía a abandonar el marxismo. Esto era lo que señalaba Lenin en septiembre de 1906. En 1914, profundizando en torno a la cuestión, explicaba: “La táctica marxista consiste en combinar las distintas formas de lucha, en pasar con habilidad de una a otra, en elevar constantemente la conciencia de las masas y en ampliar el área de sus acciones colectivas, cada una de las cuales, tomadas en forma separada, puede ser ofensiva o defensiva, y todas ellas, tomadas en conjunto, conducen a un conflicto más intenso y decisivo.” Lenin tenía el cuidado de señalar las diferencias existentes entre Rusia y el resto de Europa, sobre todo porque en esta última las libertades políticas permitían, en ese momento, un desarrollo sistemático de la lucha sindical. Además, se precave de no generalizar las condiciones en que se desenvuelve la lucha revolucionaria a las potencias capitalistas.

Sin embargo, el desarrollo de la gran guerra a lo largo y ancho del viejo continente (1914-1919), tiende a homogenizar las condiciones para la lucha revolucionaria y, por lo tanto, se generalizan los métodos bolcheviques; éstos, van adquiriendo cierto matiz universal. La agudización de la lucha de clases, en el seno mismo de los países imperialistas en guerra, comprueba la validez de las tesis leninistas sobre la revolución proletaria y el establecimiento de la dictadura del proletariado.

Los soviet como una de las expresiones del poder obrero, una aportación original de la lucha de clases rusa se transforma en una experiencia reconocida y validada. En los distintos intentos revolucionarios como en Alemania, Hungría y Austria, se forman soviets, se impulsa el enfrentamiento decisivo, armando al pueblo y preparando la insurrección contra los poderes agonizantes de los viejos estados imperialistas.

Gracias a la intervención del revisionismo en gobiernos anti-proletarios se logró vencer la oleada revolucionaria. Pero, a pesar de la derrota de la revolución proletaria en esos países, la aplicación de los soviets constituyó un gran acierto y de lo único que se podría criticar a los revolucionarios es no haber puesto la energía suficiente para su defensa y ampliación.

La carencia de un partido bolchevique, con la experiencia y el acumulado teórico que éste supone, permitió la recuperación de la reacción de los golpes propinados inicialmente por el proletariado revolucionario europeo. El partido proletario; una de las condiciones subjetivas de la revolución; centro para sistematizar y generalizar la formas de lucha; adquiría una importancia significativa como estado mayor de la revolución; cuestión acreditada por el derrotero seguido por los bolcheviques y demostrada en las jornadas de lucha de febrero y octubre de 1917 en Rusia. Su ausencia o escaso desarrollo en los otros países fue una de las causas de la derrota.

Como es posible constatar, el problema de las formas de lucha lo concibe Lenin desde el punto de vista de las condiciones históricas, no desechando de antemano ninguna forma de lucha que el proletariado adopte. Pero considera un crimen, en períodos de ascenso de la lucha de masas y cuando la conquista del poder se pone a la orden del día, llegar a componendas o desbarrancar el empuje de las masas con ilusiones constitucionales o parlamentarias.

La situación revolucionaria en las naciones oprimidas por el imperialismo es constante, explicaba el presidente Mao. Ésta puede pasar por períodos de desarrollo o de estancamiento, pero no deja de ser situación revolucionaria. Es por esto que la lucha por la conquista del poder en países coloniales y semicoloniales, con base semi-feudal y donde el desarrollo del capitalismo está interrelacionado en diversos grados con esa base, la experiencia histórica ha determinado las formas de lucha a desarrollar en el proceso de liberación del pueblo de las garras de los distintos imperialismos. Esta cuestión, a pesar del desarrollo del capitalismo burocrático en nuestro país, se ha visto comprobada en cada nuevo auge en la lucha de masas a pesar de la ausencia de un auténtico partido comunista marxista-leninista-maoísta.

La situación objetiva para la revolución, los flujos y reflujos en la lucha de las masas, han puesto de relieve y han hecho sentir aún más la ausencia de algunos de los factores subjetivos (partido, ejército popular y frente). Este problema, en las naciones oprimidas como las nuestras ha evidenciado el nefasto papel que cumple el revisionismo toda vez que tanto en las alzas como en las bajas del movimiento popular desempeña un papel principal para contener el desarrollo de la situación revolucionaria.

En síntesis, las formas de lucha están estrechamente relacionadas con las condiciones objetivas. En las naciones oprimidas la situación revolucionaria es permanente, por lo tanto, la predisposición de las masas hacia formas más altas de lucha, como la armada, es favorable. Efectivamente, las masas claman por la rebelión, y todo el ascenso de la lucha y la creciente protesta popular en la década de los ‘80 en Chile, llevaba inevitablemente a una más amplia aceptación de la lucha armada revolucionaria. Es por esto que la tarea contrarrevolucionaria del revisionismo consistía precisamente en ponerse a la cabeza de las masas para después desviarlas o contener su ímpetu, negociando su inclusión política y legalización (recuérdese la campaña: “Chile necesita un PC legal”).